Y EL GALLO DIJO BASTA


… llegada una mañana en que estaba harto de marcar el inicio de los días de un mundo que se guiaba por la inercia y que se alejaba, cada vez más, de lo que se suponía que tenía que ser un mundo. Los peones con chaqueta y maletín que obedecían las órdenes olvidando que ante todo eran personas, las monedas que tintineaban marcando la dictadura del capital, la extraña idea de que para ser alguien había que estrenar cada temporada un look de moda…Al gallo se le erizó la cresta, miró al corral, contuvo su canto y dijo basta. A partir de ese momento despertó a otro concepto de cultura.

viernes

La gestión cultural por los memes del futuro

Me quedé pensando en esto de los memes...

Me preguntaba antes si los memes que se instalarían como valores en un futuro serían exclusivamente los que nos llegaran desde los grandes poderes... Y claro, depende de nosotros. Y me parece que aquí es dónde podemos entrar como gestores culturales. La cultura debería ser el fundamento para el desarrollo de nuestra sociedad y de sus ciudadanos, pero hoy por hoy la dimensión que se erige en fundamento de nuestro mundo es la economía. Pensando esto ahora mismo lo primero que se me pasa por la cabeza es un... apaga y vámonos... ¿Cómo puede un gestor cultural o una institución o asociación cultural desmarcarse de la mano invisible que ni regula ni es un orden económico natural?
Supongo que contribuir en la medida de lo posible a la necesaria formación integral de los ciudadanos es una buena forma de marcarle un gol. ¿No deberían ser todas las dimensiones de la vida social objeto de la gestión cultural?

Sí, parece todo demasiado fácil dicho así, me estoy leyendo utópica de largo.
¿Esto cómo se hace?
Vale, vamos a seguir pensando.

Marisa

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Un nuevo sistema de financiación política"


Creo que la gestión cultural, y sobre todo la reflexión explícita o implícita que se haga al gestionar la cultura, es esencial para que la sociedad evolucione. Y que conste que evolucionar no tiene aquí un matiz de progreso social o económico ni de crecimiento.
Una concienzuda gestión de la cultura puede hacer que una sociedad involucione olvidando logros que había alcanzado para someterse a viejos esclavismos (¿a nadie le suena la propuesta de las 65 horas semanales que anda rondándonos el cuello a los europeos como una guillotina?).
Si la cultura responde ante la política y en la mayoría de casos depende de subvenciones públicas, necesita una democracia sana para desenvolverse con soltura. De lo contrario, está en peligro de repetir los patrones viciados del poder político.

Opino que uno de los problemas que han contribuido a que la economía se haya convertido en lo que es hoy día y que tenga el papel preponderante que tiene, es la ausencia de un verdadero sentido político.
La política actual parece necesitar de la economía para mantenerse. Desde que se ha convertido en una ocupación, en un empleo para determinados señores, ¿cómo poner barreras a la mano de que les da de comer?
Los partidos políticos tienen unas cuotas que aportan sus socios, pero con ellas no pagan las multimillonarias campañas que les llevan al poder, sino que se sufragan con cuantiosas donaciones anónimas o no tan anónimas. Y, claro, después hay que devolverle a cada uno aquello que prestó, de manera que el político se ve forzado a gobernar en un sentido u otro, favorecer esto y obviar aquello.
Si a la oposición le ha pagado sus mega mítines unas determinadas entidades, seguramente tenga que oponerse a las medidas políticas que puedan perjudicar a sus benefactores, sean coherentes o no, ayuden o no a una mejora de la vida social. Lo mismo puede ocurrir a quienes ganaron las elecciones.
Por lo tanto, y desde mi punto de vista, una de las formas de control que deberían a empezar a imponerse, ahora que todo se replantea ante el estallido de la crisis, es la creación de un nuevo modelo de financiación política.
Una propuesta podría ser que los ciudadanos, que son quienes votan y que resultarían beneficiados de una mejora del sistema, sufragaran a través de sus impuestos una determinada cantidad para las campañas políticas.
Esa cantidad podría depender del presupuesto general del estado. Lo mismo que se deriva una parte para sanidad, otra para educación, cultura, etc., podría haber una partida para política estatal, puesto que esta área también es parte de nuestra sociedad. De esta manera, se podría facilitar al ciudadano la sensación de contribuir y en cierta manera controlar el sistema político, contribuyendo quizás a una evolución o profundización de la democracia.
Una idea sería repartir esta partida entre las formaciones que quisieran entrar en campaña. Debería ser un presupuesto más acorde al sentido común, nada de espectacularizar la política con grandes pantallas detrás de los atriles durante los discursos ni autobuses fletados para trasladar adeptos de aquí a allá. Únicamente se cubriría lo indispensable para dejar oír la voz del político y obtener financiación extra debería penarse con la expulsión de la formación de la contienda política. Entonces, ah, cómo cambiarían las cosas. Habría que elaborar discursos, discursos de verdad, con fundamentos ideológicos, ya que sería la única manera de distinguirse del contrario.
Cada partido debería elaborar sus programas respondiendo sólo a sus intereses políticos, no a los económicos de quienes financiaran la campaña. Y, lo más importante, no habría créditos que devolver, no habría favores pendientes, todas las formaciones partirían del mismo punto y tendrían las mismas herramientas, con lo que destacar no sería una cuestión de medios, sino de valía.

Ésta es sólo una idea, pero opino que un sistema de control parecido, aunque suene utópico, podría ayudar a devolver el protagonismo y la salud que necesita la política, contribuyendo a que volviera la vista sobre el ciudadano, quien le financiaría y ante quien respondería, para apostar por una defensa real de sus intereses.
Lo difícil es que una propuesta similar pudiera gustar a muchos de quienes han hecho de la política una carrera y un modo de enriquecimiento. ¿Cómo decirle al Partido Popular que se acabaron las relaciones con Telefónica o al PSOE que ya no puede contar económicamente con Prisa? Sólo sería posible si el pueblo tomara la voz, si comenzara a exigir una sociedad más justa.
Aquí la gestión cultural puede poner su granito de arena, participar en una educación que haga recordar a los ciudadanos que son ellos quienes ceden el poder a los políticos y que, por tanto, pueden revocarlo cuando se le dé un mal uso. Pero mientras la cultura siga respondiendo ante la política y ésta ante la economía, parece que haya poco que hacer. Cabe echarle imaginación, usar la creatividad, saltarse las normas como con la censura franquista para que los mensajes, discretamente, vayan calando en la sociedad. O bien puede evitarse el compromiso, dejar que todo siga su curso, hacernos los sordos, los ciegos, los mudos… abandonarnos lentamente hasta naufragar.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo en muchas de las cosas que dices. La política no puede ir a todas partes de la mano de la economía. Ya no se trata sólo de la financiación política. Creo que todos conocemos casos de grandes jefes de administraciónes públicas o empresas públicas que contratan los servicios de terceras empresas que... ejem, por pura casualidad están a nombre de su mujer, hermano o madre. No son sólo los favores que los partidos políticos tienen que devolver, es que los políticos también se hacen contínuamente favores a ellos mismos, o a su hermano, vaya. Sí, tenemos un modelo mixto de financiación de los partidos políticos, pero las relaciones con los bancos y con empresas privadas son opacas, a pesar de que hace unos años que supuestamente no se permiten las donaciones anónimas. Pero la verdad es que no sé si una de las soluciones sería que los ciudadanos financiáramos los partidos. Desde luego, sin gastos superfluos el mensaje adquiriría importancia, el discurso se tendría que trabajar. Quizá se pensasen verdaderamente los programas políticos que, en muchos aspectos, parecen meras fotocopias unos de otros. El dinero público puede garantizar a los partidos un funcionamiento independiente de los grupos de presión, lo que evidentemente aumenta su autonomía. Pero seguiría habiendo favores, máxime cuando los beneficiarios son los mismos políticos y familiares. Aunque pensándolo bien, probablemente menos.
Mucho tienen que cambiar las políticas culturales para llegar a interesarse en fomentar y ayudar a la formación ciudadanos íntegros, activos y como no, volvemos, creativos. La gestión cultural sigue la guía que supuestamente marcan las políticas culturales. Estoy de acuerdo contigo en que podemos echarle toda la imaginación de la que dispongamos y todo nuestro trabajo para incentivar la crítica en las personas, y para conseguir un crecimiento que nos lleve a un bienestar social, no material. Pero todo esto es lo que no sé si le interesa a la política, con financiación pública o privada.

Anónimo dijo...

Leyendo estos comentarios me he quedado bastante desanimada...que difícil parece conseguir cambiar esto, el control que ejercen la política y la economía...el único aspecto en el que he visto un poco de esperanza, y que me parece bastante factible, es el de promover una educación de partición ciudadana, que recuerde que nosotros somos los que “elegimos” nuestros políticos, que aún tenemos un pequeño uso de poder, de intentar cambiar las cosas...Yo misma, como pequeña aportación individual, voy a intentar que entre mis conocidos no se de la actitud de "no se puede hacer nada", por que esto no ayuda...¡Hagamos cosas que hagan pensar! Hace poco, cuando vi la última frase con la que acaba el documental ZEITGEIST (lo recomiendo, http://tinyurl.com/zeitgeist-spanish), también de algún modo, reaccioné….“the Revolution is now…”

Anónimo dijo...

Hola, ando de visita por aquí y, de paso, aprovecho para hacer algún que otro comentario.

Creo que la política mejoraría bastante sólo con habilitar procedimientos que permitieran procesar a quienes se pudiera demostrar que incumplen deliberaradamente los compromisos adquiridos en campaña. Algo muy fácil de conseguir pero absolutamente irrealizable porque, al ser una herramienta de doble filo, nunca, ningún político profesional, la apoyará. Alternativas: sociedad civil + sociedad civil + sociedad civil...

La gestión cultural concebida comon tarea funcionarial, autosatisfecha con programar algo de teatro y hacer cuatro talleres de música y pintura, es uno de los trabajos más depresivos que se me ocurren. Hay mucho trabajo que hacer, pero está más en la línea de impulsar proyectos subpolíticos destinados a conquistar espaciós de autonomía para la cultura. No hacen falta grandes recursos ni presupuestos para generar iniciativas culturales de aceptable calidad, pero sí resultan imprescindibles grandes espeacios de libertad para que la gestión cultural no se convierta en una parodia de sí misma.

La lógica empresarial se está infiltrando hasta la médula del cuerpo social y la cultura no es inmune a este proceso. La "democratización de la cultura" es también una arma de doble filo, justa y necesaria por un lado, despótica con las minorías y esencialmente banalizadora por el otro. Si nos quedamos en una mera est(ética) de la recepción y de la rentabilidad "democrática", el resultado se parece mucho a lo que tenemos. Y a mí, la verdad, no me gusta un pimiento. Llamadme elitista, si queréis.